miércoles, 18 de diciembre de 2013

Antología poética del 27


Antología de poesía del 27

 

 

Pedro Salinas

 

Poema dadaísta

 

La niña llama a su padre:

"Tatá, dadá".

La niña llama a su madre:

"Tatá, dadá".

Al ver las sopas,

la niña dijo:

"Tatá, dadá".

Igual al ir en tren,

cuando vio la verde montaña

y el fino mar.

"Todo lo confunde", dijo

su madre. Y era verdad.

Porque cuando yo la oía

decir: "Tatá, dadá",

veía la bola del mundo

rodar, rodar,

el mundo todo una bola,

y en ella papá, mamá,

el mar, las montañas, todo

hecho una bola confusa;

el mundo: "Tatá, dadá".

(Presagios )

 

Underwood Girls
Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco en blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeda, jota, i...
 (Fábula y signo)

 

 

Qué alegría, vivir

sintiéndose vivido.

Rendirse

a la gran certidumbre, oscuramente,

de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,

me está viviendo.

Que cuando los espejos, los espías,

azogues, almas cortas, aseguran

que estoy aquí, yo, inmóvil,

con los ojos cerrados y los labios,

negándome al amor

de la luz, de la flor y de los nombres,

la verdad trasvisible es que camino

sin mis pasos, con otros,

allá lejos, y allí

estoy besando flores, luces, hablo.

Que hay otro ser por el que miro el mundo

porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas

no sospechadas por mi gran silencio;

y es que también me quiere con su voz.

La vida -¡qué transporte ya!- ignorancia

de lo que son mis actos, que ella hace,

en que ella vive, doble, suya y mía.

y cuando ella me hable

de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,

recordaré

estrellas que no vi, que ella miraba,

y nieve que nevaba allá en su cielo.

Con la extraña delicia de acordarse

de haber tocado lo que no toqué

sino con esas manos que no alcanzo

a coger con las mías, tan distantes.

Y todo enajenado podrá el cuerpo

descansar, quieto, muerto ya. Morirse

en la alta confianza

de que este vivir mío no era sólo

mi vivir: era el nuestro. Y que me vive

otro ser por detrás de la no muerte.

(LA VOZ A TI DEBIDA)

 

 

PARA VIVIR...

Para vivir no quiero

islas, palacios, torres.

¡Qué alegría más alta:

vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

yo no te quiero así,

disfrazada de otra,

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

irreductible: tú.

Sé que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo,

sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia.

Iré rompiendo todo

lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo,

de la piedra, del mundo,

te diré:

«Yo te quiero, soy yo»

(LA VOZ A TI DEBIDA )

 

 

Me estoy labrando tu sombra.
La tengo ya sin los labios,
Rojos y duros: ardían.
Te los habría besado
Aún mucho más.

Luego te paro los brazos,
Rápidos, largos, nerviosos.
Me ofrecían el camino
Para que yo te estrechara.

Te arranco el color, el bulto.
Te mato el paso. Venías
Derecha a mí. Lo que más
Pena me ha dado, al callártela,
Es tu voz. Densa, tan cálida,
Más palpable que tu cuerpo.
Pero ya iba a traicionarnos.

Así
Mi amor está libre, suelto,
Con tu sombra descarnada.
Y puedo vivir en ti
Sin temor
A lo que yo más deseo,
A tu beso, a tus abrazos.
Estar ya siempre pensando
En los labios, en la voz,
En el cuerpo,
Que yo mismo te arranqué
Para poder, ya sin ellos,
Quererte.

¡Yo, que los quería tanto!
Y estrechar sin fin, sin pena
-Mientras se va inasidera,
Con mi gran amor detrás,
La carne por su camino-
Tu solo cuerpo posible:
Tu dulce cuerpo pensado.

(RAZÓN DE AMOR)

 

Vicente Aleixandre


 


Adolescencia


Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
–El   pie breve,
la luz vencida alegre–.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

(ÁMBITO)

 

Unidad en ella

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,

rostro amado donde contemplo el mundo,

donde graciosos pájaros se copian fugitivos,

volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,

brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,

cráter que me convoca con su música íntima, con esa

indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,

porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera

no es mío, sino el caliente aliento

que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,

enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,

deja que mire el hondo clamor de tus entrañas

donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,

quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente

que regando encerrada bellos miembros extremos

siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,

como un mar que voló hecho un espejo,

como el brillo de un ala,

es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,

un crepitar de la luz vengadora,

luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,

pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

(La destrucción o el amor)

 

Canción a una muchacha muerta

Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos
se bañan con espuma.

Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.

Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.

Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.

Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes.

¡Oh tú, cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro feliz que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!

(LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR)

 

 

 

Ven siempre ven

No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente,
tu encendida frente,  las huellas de unos besos, 
ese resplandor que aún me da se siente si te acercas, 
ese resplandor contagioso que me queda en las manos, 
ese río luminoso en que hundo mis brazos, 
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después
a ya una dura vida de lucero.  

No quiero que vivas en mí como vive la luz,  
con ese aislamiento de estrella que se une con su luz, 
a quien el amor se niega a través del espacio  
duro y azul que separa y no une,  
donde cada lucero inaccesible  
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza. 

La soledad destella en el mundo sin amor.  
La vida es una vívida corteza,  
una rugosa piel inmóvil  
donde el hombre no puede encontrar su descanso,  
por más que aplique su sueño contra un astro apagado. 

Pero tú no te acerques. Tu frente destellante,
carbón encendido que me arrebata a la  propia conciencia  
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir, 
de quemarme los labios con tu roce indeleble, 
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador. 

No te acerques, porque tu beso se prolonga
como el choque imposible de las estrellas,  
como el espacio que súbitamente se incendia,  
éter propagador donde la destrucción de los mundos  
es un único corazón que totalmente se abrasa. 

Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro
que encierra una muerte;  
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;  
ven como los dos labios marcados por el rojo,  
por esa línea larga que funde los metales. 

Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante 
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos, 
ven como dos ojos o dos profundas soledades, 
dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco. 

¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo;  
ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;  
ven, que ruedas como liviana piedra,  
confundida como una luna que me pide mis rayos!  

(LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR)

 

Federico García Lorca

 

La luna vino a la fragua

con su polisón de nardos.  

El niño la mira, mira. 

El niño la está mirando.En el aire conmovido 

mueve la luna sus brazos

y enseña,lúbrica y pura, 

sus senos de duro estaño. 

–Huye luna, luna, luna.

Si vinieran los gitanos, 

harían con tu corazón 

collares y anillos blancos. 

–Niño, déjame que baile. 

Cuando vengan los gitanos,

te encontrarán sobre el yunque 

con los ojillos cerrados. 

  Huye luna, luna, luna, 

que ya siento sus caballos. 

  Niño déjame, no pises

mi blancor almidonado. 

El jinete se acercaba 

tocando el tambor del llano. 

Dentro de la fragua el niño 

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, 

bronce y sueño, los gitanos. 

Las cabezas levantadas 

y los ojos entornados. 

Cómo canta la zumaya,

¡ay, cómo canta en el árbol! 

Por el cielo va la luna

con un niño de la mano. 

Dentro de la fragua lloran, 

dando gritos, los gitanos.

El aire la vela, vela. 

El aire la está velando.

(ROMANCERO GITANO)

 

Preciosa y el aire

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.

(ROMANCERO GITANO)

 

Ciudad sin sueño


No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!


A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

(POETA EN NUEVA YORK)

 

La aurora

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

(POETA EN NUEVA YORK)

 

El poeta pide a su amor que le escriba

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

(SONETOS DEL AMOR OSCURO)

 

 

Rafael Alberti

 

El mar. La mar.

El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste

del mar?

En sueños, la marejada

me tira del corazón.

Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste

acá?

(MARINERO EN TIERRA)

 

 

El ángel falso
Para que yo anduviera entre los nudos de las raíces
y las viviendas óseas de los gusanos.
Para que yo escuchara los crujidos descompuestos del mundo
y mordiera la luz petrificada de los astros,
al oeste de mi sueño levantaste tu tienda, ángel falso.
Los que unidos por una misma corriente de agua me veis,
los que atados por una traición y la caída de una estrella me escucháis,
acogeos a las voces abandonadas de las ruinas.
Oíd la lentitud de una piedra que se dobla hacia la muerte.
No os soltéis de las manos.
Hay arañas que agonizan sin nido
y yedras que al contacto de un hombro se incendian y llueven sangre.
La luna transparenta el esqueleto de los lagartos.
Si os acordáis del cielo,
la cólera del frío se erguirá aguda en los cardos
o en el disimulo de las zanjas que estrangulan
el único descanso de las auroras: las aves.
Quienes piensen en los vivos verán moldes de arcilla
habitados por ángeles infieles, infatigables:
los ángeles sonámbulos que gradúan las órbitas de la fatiga.
¿Para qué seguir andando?
Las humedades son íntimas de los vidrios en punta
y después de un mal sueño la escarcha despierta clavos
o tijeras capaces de helar el luto de los cuervos.
Todo ha terminado.
Puedes envanecerte, en la caída marchita de los cometas que se hunden,
de que mataste a un muerto,
de que diste a una sombra la longitud desvelada del llanto,
de que asfixiaste el estertor de las capas atmosféricas.

 

El cuerpo deshabitado
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.

-Vete.

Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.

-Vete.

Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.

Se fue.

Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie. (SOBRE LOS ÁNGELES)

Un fantasma recorre Europa…

...Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por las noches con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?

-Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar de prisa en el viento del Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en las fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos.
¡Detenedle!
Porque salta los mares
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?

-Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento Este que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños empleados
y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre.

Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros le llamamos camarada.

(EL POETA EN LA CALLE)

 

 

 

 

 

Gerardo Diego

Nocturno


A Manuel Machado.

Están todas

También las que se encienden en las noches de moda

Nace del cielo tanto humo
que ha oxidado mis ojos

Son sensibles al tacto las estrellas
No sé escribir a máquina sin ellas

Ellas lo saben todo
Graduar el mar febril
y refrescar mi sangre con su nieve infantil

La noche ha abierto el piano
y yo las digo adiós con la mano

(MANUAL DE ESPUMAS)

 


Romance del Duero


Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.

Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.

Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,

sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.

(SORIA)

 

 

El ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

(Versos humanos)

 

Jorge Guillén

 

Las doce en el reloj

Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
Sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
El amor era sol.
Entonces, mediodía,
Un pájaro sumió
Su cantar en el viento
Con tal adoración
Que se sintió cantada
Bajo el viento la flor
Crecida entre las mieses,
Más altas. Era yo,
Centro en aquel instante
De tanto alrededor,
Quien lo veía todo
Completo para un dios.

Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!

(CÁNTICO)

 

 

 

Los nombres


Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina

de las cosas. La rosa
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.

Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil

que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.

¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres.

(CÁNTICO)

 

 

Beato sillón


¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

(Cántico)

 

 

Gatos de Roma

Los gatos,

no vagabundos pero sin un dueño,

al sol adormecidos

en calles sin aceras,

o esperando una mano dadivosa

tal vez por entre las ruinas,

los gatos,

inmortales de modo tan humilde,

retan al tiempo, duran

atravesando las vicisitudes,

sin saber de la Historia

que levanta edificios

o los deja abismarse entre pedazos

bellos aún, ahora apoyos nobles

de esas figuras: libres.

Mirada fija de unos ojos verdes

en soledad, en ocio y luz remota.

Entrecerrados ojos,

rubia piel y calma iluminada.

Erguido junto a un mármol,

superviviente resto de columna,

alguien feliz y pulcro

se atusa con la pata relamida.

Gatos. Frente a la Historia,

sensibles, serios, solos, inocentes.

(A LA ALTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS)

 

Luis Cernuda

 

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

(DONDE HABITE EL OLVIDO)

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

(LA REALIDAD Y EL DESEO)

 

Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta.
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos,
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.

 

Te quiero...
Te quiero.

Te lo he dicho con el viento
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;

te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.

 

No es el amor quien muere...
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.